14º Domingo Ordinario
Mateo 11, 25-30: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y
de la tierra”.
Estimados
hermanos y hermanas, reciban mi saludo afectuoso en este día del Señor. Que la
fuerza del amor divino les ayude a ser mejores hijos e hijas de Dios y les mantenga
siempre firme su esperanza.
El texto
evangélico que se proclama este domingo es la conclusión del capítulo 11 de San
Mateo, que recoge una serie de escenas en las que se cuestionan la identidad de
Jesús como Mesías, la dureza de corazón ante el mensaje de Juan el Bautista
como el profeta precursor de los nuevos tiempos, y el reclamo de Jesús a las
ciudades de Corozaín y Betsaida por no haberse convertido a pesar de los
milagros realizados en ella.
Ante este
panorama de incredulidad y dureza de corazón, Jesús eleva su oración en medio
de la multitud alabando al Padre por “haber ocultado estas cosas a los sabios y
a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (v. 25). Jesús, como Enviado, ha querido comunicar al pueblo una
experiencia singular y profunda de Dios como Padre; sus palabras y sus acciones
han estado orientadas a romper con aquellos esquemas religiosos que ocultaban a
Dios y lo alejaban de la vida. “Los sabios, los entendidos”, no son capaces de
acoger esta revelación, pues, con sus obras y doctrinas egoístas, alejan al
pueblo del verdadero Dios. De ahí que Jesús sólo será comprendido en su mensaje
por los pequeños, los pobres y los humildes. El Padre revela su amor a aquellas
personas cuya supervivencia y futuro no es un tema resuelto.
Jesús llama a
los cansados y agobiados al alivio, nos pide cargar con su yugo y a aprender de
Él, que es manso y humilde corazón (cf.
v. 29). Se trata de romper con el ídolo de nuestro ego, aprendiendo del
Maestro a invocar a Dios con la sencillez de los pequeños, y así experimentarle
como Padre Misericordioso. Desde esta experiencia de profundidad, despojada de
esquemas y teorías superfluas, podremos saborear la alegría de ser personas
nuevas y comunicar a los demás la cercanía del Padre.
Pidámosle al
Señor que no cerremos nuestro corazón a sus llamadas y que podamos acogerle con
humildad en la vida de cada día. Para finalizar, te invito a orar con esta
hermosa oración de Lope de Vega:
¿Qué tengo yo
que mi amistad procuras?
¿Qué interés se
te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta
cubierto de rocío
pasas las noches
del invierno escuras?
¡Oh cuánto
fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí!
¡Qué extraño desvarío,
si de mi
ingratitud el hielo frío
secó las llagas
de tus plantas puras!
¡Cuántas veces
el Ángel me decía:
“Alma, asómate
agora a la ventana,
verás con cuánto
amor llamar porfía”!
¡Y cuántas,
hermosura soberana,
“Mañana le
abriremos”, respondía,
para lo mismo
responder mañana!
Tomado de la
Liturgia de las Horas.
Este es el
tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.
