Ascención del Señor
Lucas 24,46-53
“Ustedes son testigos de todo esto”
Queridos hermanos y hermanas en el Señor, que la fuerza del Resucitado
les anime cada día a dar testimonio de las obras que el amor eterno ha
realizado en sus vidas.
Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. Como Iglesia hacemos
memoria de la partida de Jesús hacia la casa del Padre y, a la vez, iniciamos
un tiempo de profunda oración para pedir, como los primeros cristianos, el don
del Espíritu Santo prometido por el Señor.
En el texto de Lucas que se proclama en la liturgia, Jesús recuerda a
sus discípulos cómo su vida entregada y sacrificada corresponde al plan amoroso
de Dios Padre sobre la humanidad. La misión del Mesías en esta tierra fue
manifestación de la misericordia del Dios que libera y dignifica, perdona y
salva. Con la partida del Maestro, los discípulos nos convertimos en continuadores
de su obra, en el ejercicio de arrancar las raíces del mal y en el anuncio de
la buena noticia del Reino. La comunidad de los discípulos quedó constituida en
la ascensión como la comunidad profética que hereda el Espíritu de Jesús para proseguir
su misión.
También en el texto Jesús promete a los discípulos la fuerza de lo alto,
al Espíritu Santo que les revestirá de autoridad para ser sus mensajeros. El
Espíritu Santo nos habita interiormente y es quien nos mueve a ser memoria
viviente en nuestro mundo de las palabras y las acciones de Jesús. Es el
Espíritu el que transforma con su fuego las situaciones de dolor, pecado y
extravío en vida nueva. Él clama en nosotros “Abba, Padre”, convirtiéndonos en
hijos e hijas de Dios, y nos abre el camino para fundar una gran familia establecida
no en la carne o en la sangre, sino en el amor divino.
Pidamos al Señor que avive en nosotros la pasión de continuar su obra.
Quizás el desánimo o la prueba nos han hecho renunciar a la misión. ¡Cuántos se
han alejado del MFC por capricho personal o por el mal testimonio de los
hermanos! Hoy la Palabra enciende la señal de alerta para los seguidores del
Señor: tenemos un compromiso con Él, con la vida, con las familias, somos
mensajeros de la reconciliación y antorchas del Espíritu en la sociedad. La alegría
de anunciar y testimoniar el Reino no puede sustituirse por nada. Ojalá al
final de nuestra vida presentemos al Señor Jesús no nuestras manos limpias y
puras, sino un manojo de nombres e historias redimidas con nuestra humilde
colaboración.
Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, su asesor, P. Freddy Ramírez Bolaños,
cmf.

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