Fiesta del Bautismo del Señor
San Marcos 1,7-11: “Tú eres mi Hijo
muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”.
Queridos
hermanos y hermanas, saludos de paz y bienestar para sus hogares. Que Dios,
rico en misericordia, les anime a seguir perseverando en la fe y en el amor.
Celebramos hoy
la Fiesta del Bautismo del Señor. Con la fiesta de este día concluimos el
tiempo de Navidad y pasamos de la liturgia centrada en los misterios de Jesús niño
al Jesús adulto. A través del Evangelio de San Marcos, contemplamos hoy al
Señor sumergido en las aguas del río Jordán dando comienzo a su vida pública.
El relato nos
ubica en los márgenes del río Jordán, donde Juan desarrolla su misión llamando
a todo el pueblo a convertirse y bautizarse para esperar la hora de la llegada
del Mesías. Juan está lejos del ruido mercantilista y palacial de la ciudad,
lejos del ajetreo sacrificial del templo; está cerca de un río que evoca para
todo judío un hecho inolvidable: la entrada a la tierra prometida (Josué 1); es decir el hecho cumbre que
marcó el cumplimiento de las promesas hechas por Dios a Moisés.
El Bautista
anuncia el advenimiento de alguien que es más poderoso que él. Se trata del
Mesías prometido al pueblo por los profetas; aquél que traería la paz y la
bienaventuranza divina para los pobres, después de tantos y tantos años sufrimiento.
La hora de Dios llega a su punto cero con la presencia de Jesús. Dice el texto
que Jesús llegó desde Nazaret de Galilea, un pueblo humilde, pobre y tan
insignificante que ni siquiera se menciona en los escritos proféticos. Del silencio
y el anonimato de una familia nazarena proviene Jesús. Creció con sus vecinos
campesinos compartiendo el paso lento y cruel del hambre, la explotación de los
hacendados que poseían las mejores tierras para cultivar y la aflicción de la ocupación
romana. Con José y María aprendió a orar, a escuchar en comunidad las
Escrituras que anunciaban la esperanza y la irrupción del mundo nuevo prometido
por Dios…
A Nazaret llegó
el eco del clamor del Bautista, y como tantos de sus vecinos fue a ver esperanzadamente
qué pasaba en el Jordán. Su corazón ardía, su hora había llegado. El sumergirse
en el río fue para él toda una experiencia “teofánica”, es decir de manifestación
divina. El Padre y el Espíritu llenaron de profunda alegría y fortaleza para
realizar con obras y palabras la salvación en su pueblo. Aquél nazareno
desconocido, oculto en la pequeñez de los pobres, es el Hijo muy amado del Padre
que trae el consuelo para la humanidad.
Permitamos hermanos
y hermanas que nuestros hogares sean también Nazaret. Sembremos la fe en
nuestros hijos, no declinemos en transmitir nuestras convicciones a pesar de la
adversidad de nuestro mundo. Procuremos ser solidarios con el que sufre y
realicemos pequeños gestos de compasión ante el dolor humano. La fiesta de hoy
es el recuerdo de que nosotros, en Jesús, somos también hijos e hijas muy
amados del Padre. Escuchemos a nuestro Maestro que hoy nos llama a unirnos a su
marcha a favor de la vida. Este es el
tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.

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