11º Domingo Ordinario
San Lucas 7,36-50. 8,1-3: “Tu fe te ha salvado”.
Estimados hermanos y hermanas emefecistas, mi saludo y bendición,
deseándoles que este día domingo celebren con gozo el don del amor y del perdón
que Dios nos ofrece gratuitamente.
En el evangelio que se proclama este día se nos presenta una escena
conmovedora. Jesús está invitado a comer en casa de Simón el fariseo; de
repente una mujer pecadora entra y se pone a llorar a sus pies, derramando
sobre ellos perfume y secándolos con su cabellera. Jesús la mira y acoge con
ternura aquellos gestos femeninos que quieren expresar un profundo arrepentimiento
y deseo de misericordia. La mirada amorosa de Jesús transforma la vida de esta
mujer, herida y marginada por la sociedad y considerada impura por la religión.
La fe arriesgada de esta mujer, que se salta las normas de la buena sociedad y
entra en casa de un fariseo sin permiso alguno, alcanza el perdón de Dios. Jesús acoge a los pecadores, no tanto por sus
méritos ni por su capacidad de cumplir la ley, sino porque son amados por el Padre, son los hijos pródigos
que Dios espera siempre en su casa. Es la fe la que salva, no la ley ni los
méritos; por eso, la mirada de Jesús y sus gestos de acogida contrastan con la
mirada fría y condenadora del fariseo Simón, que es incapaz de experimentar el
paso de Dios en su propia casa.
Quien ha sido perdonado se compromete a seguir al Señor en la práctica
de la misericordia. Cuando somos tocados por Él nuestra vida adquiere un nuevo sentido.
La mujer pecadora alcanzó de modo directo, en contacto con el cuerpo de Cristo,
el precioso don del perdón. Del mismo modo, nosotros peregrinos del Reino,
somos mensajeros de la cercanía de Dios, dispensadores del amor que perdona sin
límites. Podríamos preguntarnos personalmente que tan acogedores y
misericordiosos somos con el prójimo; si somos como Jesús, o como Simón. Con la
misma medida que usemos para medir, seremos medidos. Pidamos al Señor
asemejarnos cada día más a Él. Este es el tiempo oportuno.
Tu cuerpo es preciosa lámpara,
llagado y resucitado,
tu rostro es la luz del mundo,
nuestra casa, tu costado.
Tu cuerpo es ramo de abril
y blanca flor del espino,
y el fruto que nadie sabe
tras la flor eres tú mismo.
Tu cuerpo es salud sin fin,
joven, sin daño de días;
para el que busca vivir
es la raíz de la vida.
(Himno de la Liturgia de las
Horas).
Cordialmente, su asesor, P. Freddy Ramírez Bolaños,
cmf.

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