2º Domingo de Adviento - Ciclo B
San Marcos 1,1-8: “Comienzo de la Buena Noticia de
Jesús, Mesías, Hijo de Dios”
Queridos
hermanos y hermanas, avanzamos en el camino de la esperanza, en la senda
utópica del Adviento. Tenemos este domingo la gran oportunidad de celebrar en
familia la presencia viva del Señor en la Eucaristía.
Este domingo nos
estremece la voz de Juan el Bautista que llama al pueblo a la conversión. Él marcó
una huella en la historia de Israel; su mensaje caló en lo más hondo de
sociedad: pobres, ricos, políticos, militares, religiosos… se sintieron impactados
por su radicalidad y ninguno pudo pasar indiferente ante su profecía. Hacía muchos
años que “el cielo” estaba callado y los profetas eran personajes del pasado.
Dios pronunció
su Palabra nuevamente. Esta vez no en la corte, ni en el templo, como sucedió con
los mensajeros del Antiguo Testamento. Dios habló ésta vez a través de un
personaje pintoresco, lejos de la ciudad, en el desierto, -al estilo del Éxodo-,
rememorando el lugar de “encuentro y de Alianza”, la esperanza de libertad, y la
voluntad divina de romper con las cadenas
de esclavitud en su pueblo. Dios no se
hizo el sordo ante el clamor de los pobres y su respuesta fue el envío de su
Hijo, anunciado por Juan como la “buena noticia”.
Juan es el heraldo del Mesías. Como profeta rompió con los esquemas humanos y sociales
y se presentó cual humilde asceta vistiendo piel de camello y un cinturón de
cuero, y alimentándose con langostas y miel silvestre… volvió a lo esencial de
la vida. No se detuvo en la apariencia y en lo superficial del ego humano. No buscó
su gloria sino la de Aquél a quien no se consideraba digno de desatarle las
sandalias. La figura profética de Juan inaugura los tiempos nuevos de la
esperanza: Dios visitará a su pueblo y lo salvará, no hay lugar para la
angustia… el Mesías trae libertad para todos. Por ello, la fuerza de su mensaje
sigue vigente: el Señor viene, hay que allanarle el camino y erradicar el
pecado.
En este Adviento
estamos llamados a vivir con los pies en la tierra y el corazón en Dios, sin apegarnos
a nada, con las manos abiertas a lo que nos quiera revelar el Señor. Estamos llamados
a dejarnos sorprender por Él, aunque nos cueste lágrimas y renuncias. Preparemos una Navidad llena de solidaridad y
fraternidad. Gastemos en los pobres, demos palabras de esperanza, seamos justos
en todo momento, perdonemos y pidamos perdón. No seamos indiferentes en esta
hora de la gracia. Dejemos que Dios toque nuestra vida y nos haga profetas de
la esperanza.
Este es el tiempo
oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.

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