Domingo 8 de marzo de 2015
3º Domingo de Cuaresma
San Juan 2,13-22: “No hagan de la casa de mi Padre una
casa de comercio”
Queridas
familias, salud y bendición para ustedes. Que el Señor les conceda celebrar en
este tiempo cuaresmal la gracia de la reconciliación.
El Evangelio que
se proclama en este domingo de Cuaresma recoge el episodio de la expulsión de
los mercaderes del templo de Jerusalén. Este gesto de Jesús es considerado un acto
simbólico-profético en contra del culto judío que se había convertido en un obstáculo
para que el pueblo accediera a la misericordia de Dios. El sistema ritual del
Antiguo Testamento exigía el sacrificio de animales para alcanzar el perdón de
los pecados, situación que generaba la exclusión de las personas que no podían
costearlo. Para Jesús la casa de su Padre no se equipara a ningún templo terreno;
la causa del Padre es el ser humano perdido por el pecado y la muerte. El
Mesías ha sido enviado para rescatar a la humanidad y llevarla al encuentro con
el Dios Bueno.
Los judíos
exigen a Jesús una señal que refrende su actuación. Él les responde de una
manera enigmática, diciendo: “Destruyan
este templo y en tres días lo volveré a levantar” (v. 19). Las acciones de
Jesús en el templo traerán darán paso a la persecución de las autoridades. Éstas
vieron en Jesús a un subversivo que atentaba contra la estructura más poderosa
de Israel y no al Salvador que nos acerca a la experiencia maravillosa del amor
divino. El desafío de Jesús a los líderes religiosos y políticos lo llevará a
la muerte de cruz.
Jesús en persona
es el nuevo templo, el lugar del encuentro de Dios. La referencia a los tres
días para “levantar el nuevo templo” simboliza el tiempo adecuado de la
actuación de Dios en la hora de la exaltación - resurrección de su Hijo. A
partir de esa hora ya no hace falta el templo de Jerusalén, ni ningún
sacrificio expiatorio, pues Él ha derribado el muro que nos separaba del Padre.
El culto cristiano, según las enseñanzas del Maestro, está fundado en la nueva
ley del amor a Dios y al prójimo; de esto se trata la adoración “en espíritu y en verdad” que Jesús
menciona más adelante en el diálogo con la mujer samaritana (Cf. 4, 23).
A partir de la
resurrección, unidos a Jesucristo, somos el nuevo templo de Dios. Somos las rocas
vivas del santuario del Espíritu y estamos llamados a actuar como Él para
acercar a todos al encuentro con Dios. De ahí que nuestras familias sean
también lugares sagrados donde la vida debe ser protegida y donde la fe debe
ser comunicada. Esforcémonos para que la vida de los hijos e hijas de Dios sea
revalorizada en su dignidad y vocación.
Este es el
tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.
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