4º Domingo de Pascua.
San Juan 10,11-18: “Yo soy el Buen Pastor”.
Queridos
hermanos y hermanas, reciban de mi parte un saludo afectuoso deseándoles paz y
vida abundante en sus hogares.
Hoy celebramos,
como Iglesia, el Domingo del Buen Pastor. Hacemos memoria de Jesús que, con sus
gestos y sus palabras, convoca de los cuatro puntos cardinales al Pueblo de
Dios disperso para hacernos una gran familia. También celebramos y oramos por
aquellos que dentro de la Iglesia tienen una misión especial de pastorear y
apacentar a los hermanos en la fe: los sacerdotes, los religiosos y religiosas
y laicos comprometidos que se han apasionado por Jesucristo y han dado un sí
radical para continuar su obra en el mundo.
En el texto
evangélico que hoy se nos proclama, Jesús presenta su misión desde una imagen
muy significativa: Él es el pastor. Entre el pastor y las ovejas hay una
relación de mucha cercanía; el pastor cuida del redil, conoce el nombre de cada
oveja, las ovejas reconocen su voz, él les abre la puerta y las conduce hacia
afuera para que se alimenten. Hay un dato curioso y es que los pastores guían
al rebaño desde atrás con su voz y no por delante, como dice Jesús; sin
embargo, comprendemos, a la luz de la resurrección, que Jesús nos lleva la
delantera para guiarnos en el camino de la fe. Tan importante es esta imagen
del pastor que los profetas del Antiguo Testamento identifican a Dios como el
único pastor del pueblo, en contraposición con los gobernantes que acaban con
el alimento y la vida misma del pueblo. Jesús asume con toda radicalidad esta
idea afirmando que Él no viene a matar, a robar o destruir, sino a darnos vida
en abundancia.
Hoy, como
familias, reproducimos y cumplimos la misión de ser pastores, guiando a las
nuevas generaciones a la fuente viva de la fe. Estamos llamados a defender a
nuestros hijos de una sociedad que le ha dado la espalda a Dios, el Padre de la
Vida. Con Jesús, el gran pastor, levantamos la voz y el cayado para ahuyentar a
lobos y ladrones de nuestros hogares. Jesús nos invita a entrar por la puerta,
no a quedarnos afuera, sino a entrar para experimentar la alegría de ser hijos
e hijas de Dios. Hermanos y hermanas, comprendamos que sólo unidos a Él
encontraremos el sentido de la historia que nos toca escribir como familias. No
seamos sordos a su voz.
Te invito a que
retomes el texto del Evangelio y al final orar con esta hermosa poesía de Lope
de Vega:
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño,
Tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?
Este es el
tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.
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