Domingo 19 de
Abril de 2015
3º Domingo de Pascua
San Lucas 24, 35-48: “Miren mis manos y mis pies. Soy
yo en persona”.
Queridas familias,
paz y bendición para ustedes. Estamos en los días luminosos de la Pascua, donde
dirigimos nuestra mirada a Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación.
Que el amor de Dios manifestado en su Hijo les ayude a fortalecerse en la fe y
la entrega cotidiana.
El texto
evangélico de este domingo nos ubica en el día de la resurrección. Los discípulos
de Emaús regresan presurosos al sitio donde se encontraban los apóstoles para
contarles la experiencia que tuvieron al reconocer a Jesús resucitado al partir
el pan. Mientras hablaban de esto Jesús se presenta en medio de ellos,
ofreciéndoles su paz y mostrando las señales de su pasión para que salieran de
su asombro: no es un fantasma, es Él mismo en persona; aquél con el que anunciaron
desde Galilea hasta Jerusalén la llegada del Reino. El que fue rechazado por
las autoridades y condenado a la muerte de cruz, vive ahora por la fuerza de la
resurrección. El plan divino revelado en las Escrituras se cumplió
dramáticamente en la vida del pobre de Nazaret que anunció la misericordia del
Padre. En Él brilla ahora la gloria de la resurrección.
La comunidad de
los seguidores de Jesús, desecha por la traición y el temor, es reestablecida a
partir de este encuentro. Los apóstoles reciben el encargo de anunciar el
mensaje de salvación a todas las naciones; ellos son los testigos de cómo Dios
ha actuado misericordiosamente renovando la alianza. En la resurrección de
Jesús la causa humana no está destinada al fracaso, pues siempre estará
encendida la luz de la esperanza.
Adentrémonos
ahora en el seno de nuestras familias. Cuántas relaciones esposo, esposa;
padre, madre e hijos… han sido heridas a muerte por la traición, el odio, los
silencios y la ausencia de cariño. Jesús nos ofrece la oportunidad de resucitar
en nuestras relaciones; y sólo nos pide la humildad de nuestra fe para alcanzar
lo que consideramos imposible. Él sigue contando con nosotros tal y como somos;
no nos pide méritos y o una vida intachable sino únicamente la fe. Jesús nos
pide que resucitemos en nuestras relaciones familiares y sociales, que sanemos
el pasado con el bálsamo de su misericordia, y podamos de nuevo sentarnos a la
mesa y compartir la vida.
Pidámosle a Él,
que pasó por la muerte cruel, que salgamos hoy victoriosos de nuestra noche
oscura y podamos, de verdad, ser hombres y mujeres nuevos en el anuncio de su
reinado.
Este es el
tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.

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