domingo, 4 de agosto de 2013

NO TODO LO COMPRA EL DINERO


Domingo 4 de Agosto de 2013
18º Domingo Ordinario
San Lucas 12, 13-21: “Miren y guárdense de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes”

Estimadas familias, reciban de mi parte un caluroso saludo, deseándoles que en este día del Señor celebren juntos la maravilla del amor y de la vida.

El tema central de la liturgia dominical se centra en el tema del apetito desordenado de la riqueza. La escena evangélica inicia con una petición de lanzada a Jesús desde la multitud: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. La respuesta de Jesús es tajante: él no es ni juez ni parte para tomar una decisión en tales casos. Y alerta a todos de guardarse de toda codicia, porque la vida no está asegurada en la abundancia de bienes.

A continuación propone a todos la parábola del rico tentado por la prosperidad de sus cosechas. Ebrio de poder y avaricia sólo sueña en poseer más bienes para sí mismo. Cree que los bienes llegan a sus manos como una bendición personal y exclusiva, sin pensar siquiera en la situación de miseria que pudieran estar sufriendo los demás.

Leer o escuchar esta parábola en tiempos de Jesús supone un desafío a la mentalidad popular que sostenía, en efecto, que la riqueza era signo de la bendición de Dios. La cruda realidad de Israel, donde unos cuantos ricos acaparaban las tierras y donde arreciaba de hambre de las multitudes, fue siempre denunciada por los profetas, ya que la vida de humana, en especial de los que sufren la miseria, es el valor supremo que hay que defender. Tanto así que Jesús afirma que en el día del juicio final seremos juzgados por cuanto fuimos capaces de compartir con los pobres y solidarizarnos con los que sufren (cf. Mt. 25).

Y es que para alcanzar la vida plena de nada valen las posesiones, las riquezas, la abundancia o la prosperidad. Sirven sí la fraternidad, la solidaridad, la compasión, y la lucha contra la injusticia. Los que encarnemos estos valores seremos dignos de escuchar de boca del Señor al final de nuestra vida la palabra “Bienaventurados”, y cantaremos con Santa María su Magníficat al Dios de la Vida, porque “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…” (Lc 1, 46ss).

Este es el tiempo oportuno.


Cordialmente, su asesor, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.

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