30o Domingo Ordinario
San Mateo 22,34-40: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento
más grande de la Ley”.
Estimados
hermanos y hermanas, un saludo afectuoso para cada uno de ustedes. Deseo que la
fuerza del Resucitado consolide cada día el amor en sus familias.
En el Evangelio
que se proclama este domingo los adversarios continúan proponiendo preguntas a
Jesús sobre temas controversiales de la vida y de la fe judía. En este caso la
cuestión se centra en cuál es el mandamiento mayor de la Ley. La artimaña en la
pregunta radica en que los maestros de las Escrituras consideraban que todos
los mandamientos eran de semejante importancia y obligación, dado que todos
habían sido establecidos por el mismo Dios y Moisés.
En su respuesta,
Jesús integra la norma el amor a Dios con la norma del amor al prójimo, como un
mandamiento del que dependen toda la Ley y los profetas. Ambas prescripciones
se hallan en la Biblia, sin embargo, la mayoría de los maestros habría
propuesto el amor a Dios como el mandamiento mayor. La expresión “la ley y los
profetas” alude a la voluntad de salvación expresada por Dios en la Biblia.
Este mandamiento de Jesús sintetiza con sencillez las numerosísimas leyes de
las letras sagradas, superando la angustia de no poder cumplir con lo que Dios
nos manda.
En algunos
ámbitos de Iglesia suele haber un divorcio entre el amor a Dios y el amor al
prójimo. Se trata de una especie de desequilibrio en el razonamiento de la fe. San
Juan en su primera carta nos alerta: “Si
alguno dice: yo amo a Dios, y odia a su hermano, es mentiroso; pues quien no
ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y este
mandamiento tenemos de él: que quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1
Jn 4, 20ss). Somos cristianos de una sola pieza en el seguimiento de Jesús.
¡Cuánto nos hace
falta revalorizar el amor! Muchos creen ilusamente que el amor tiene un precio,
que el amor se puede traicionar, o que el amor es sólo un sentimiento. Pero, en
primer lugar, el amor es una decisión: la decisión de responder al Dios que nos
ha creado y dado una misión en este mundo. A su vez, el amor es un don: un don
que podemos pedir cada día a Dios para superar nuestras debilidades humanas,
nuestros egoísmos e indiferencias. Este es el camino seguro para nuestra
salvación. Pidamos al Señor en este día ser conscientes del deber y el don que
tenemos en nuestras manos: amar.
Este es el
tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.

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