Fiesta de la Sagrada Familia
Lucas 2,41-52.
“Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en
gracia delante de Dios y de los hombres”
¡Feliz Navidad, queridas familias! El sol que nace de lo alto nos ha
visitado; la alegría, la paz, la justicia y la misericordia siguen siendo
posibles para nosotros gracias a la encarnación Jesucristo, Hijo de Dios.
Celebremos con un corazón abierto y agradecido este misterio que nos da razones
suficientes para vivir.
El Evangelio de este día nos presenta a Jesús ya grande, de 12 años,
edad en que los niños israelitas eran reconocidos como mayores en el seno de la
comunidad. Él junto con sus padres va de peregrinación al templo de Jerusalén a
celebrar las fiestas de Pascua. Al regreso, la familia se halló en la contrariedad
de haber perdido a Jesús. Al regresar María y José a la capital, descubren que
Jesús se ha quedado en el templo, dialogando con los maestros de la ley. El
pequeño diálogo que María establece con Jesús nos dan una idea de cómo esta
humilde matrimonio nazareno experimenta la paradoja de acoger al Hijo de Dios y
tener que criarlo con amor y sabiduría en la vida familiar y en la vida
espiritual del pueblo de la Alianza. José y María han abrazado al misterio del
Dios-con-nosotros y lo están viendo
crecer de manera plenamente humana en la cotidianidad de Nazaret. Dios no les
dispensa de la pobreza, la prueba, la persecución, la migración, y del no
entender totalmente las dimensiones de la personalidad y el camino del niño
Jesús que se está haciendo adulto.
Enlazando con la vida de nuestros hogares podemos descubrir que la vida
de la Sagrada Familia fue muy similar a la nuestra: pruebas, dudas, búsquedas,
angustia, pobreza. Jesús, María y José vivieron de la fe, no de los milagros.
Esta fe en el Dios Eterno y Misericordioso puede hacer que nuestras familias
heridas resurjan de las cenizas. Dios puede hacer que nuestras familias
“disfuncionales” por la ausencia de papá o de mamá hagan formen hijos e hijas
nobles con ideales y propósitos valiosos.
No renunciemos al ideal de la familia a pesar de la contrariedad. No
renunciemos a nuestra paternidad o maternidad, acerquémonos a nuestros hijos y
demostrémosles amor, cercanía, consejo, apoyo aunque ya no vivamos en casa.
Honremos la vida de los padres y madres que se sacrifican trabajando por
nuestro futuro. Cuidemos a nuestros abuelos y abuelas, cuidemos su salud y
seamos una buena compañía. Aprendamos a decir “te amo”, “te perdono”,
“perdóname”, aprendamos a abrazar, a besar y dar la mano. Seamos plenamente
humanos como lo es Jesús, que ha puesto su morada entre nosotros. Este es el
tiempo oportuno.
Cordialmente, su asesor, P. Freddy Ramírez Bolaños,
cmf.

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