4º Domingo Ordinario
Lucas 4,21-30.
“Y decían: ¿No es este el hijo de José?”
Muy queridas familias emefecistas, un saludo cordial para ustedes,
deseándoles paz y bienestar en sus hogares. Que la luz del domingo ilumine sus
vidas y fortalezca el vínculo del amor que les une.
El Evangelio de este día es continuación del texto del domingo pasado. Recordemos
cómo Jesús llegó a su pueblo natal para anunciar también allí la buena noticia
del Reino de Dios; actualizando las antiguas profecías de Israel en su propia
persona Jesús dijo: “Hoy se cumplen estas palabras que acaban de escuchar”. En el
texto que nos propone la liturgia este día se remarca, por un lado, la
admiración por las palabras que proclama el hijo de José y, a la vez, el
cuestionamiento, la duda, la controversia y el rechazo de la sinagoga en una
misma escena.
Es sorprendente cómo los nazarenos, vecinos de Jesús, no son capaces de reconocer en el hijo
de José y de María al Mesías. Rechazan al médico y al profeta prometido por
Dios para sanar y consolar a los pobres. La hora de Dios es desapercibida por
una multitud que espera ver sólo milagros, sin acoger aquel mensajero que puede
cambiarles la existencia por completo. La violencia se apodera de aquella gente
y Jesús prueba, por adelantado, un trago de lo que vivirá en su pasión. Sin embargo,
Él se abre paso en medio de la gente, como un nuevo Moisés que atraviesa el Mar
Rojo del rechazo. La misión no se puede detener, el Espíritu le urge a
continuar su anuncio de bienaventuranza.
Dios se revela tan sencillo y cotidiano que desconcierta la mente
humana. Aquel hijo de Nazaret, educado por José y María en la gran tradición de
los profetas se siente lleno del Espíritu de Dios. Su corazón siente compasión
del pueblo que sufre pobreza, enfermedad y cárcel. No se conforma ni se cruza
de brazos ante las muchedumbres que elevan su clamor al cielo pidiendo ayuda,
salvación. Jesús asume el riesgo de ser médico y profeta porque en su familia
aprendió a servir y a amar incondicionalmente. La esperanza y el amor de sus
padres le formó para ser un verdadero hijo de Israel.
Nuestras familias están llamadas a ser escuelas de profetas. Como bautizados
somos profetas, reyes y sacerdotes al servicio de la humanidad sufrida. Por eso,
padres y madres deben cultivar en sus hijos el espíritu de compasión,
solidaridad y esperanza activa para cambiar este mundo frío y violento. Con pequeñas
prácticas de amor a los pobres nuestros pequeños asimilarán que todos debemos
aportar algo para ir dando al rostro de la Madre Tierra nuevo vigor y armonía. Eduquemos
para vencer el egoísmo, que es raíz de toda violencia. Enseñemos a amar para
formar la gran familia humana.
Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, su asesor, P. Freddy Ramírez Bolaños,
cmf.

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