Miércoles de Ceniza
Mateo 6,1-6.16-18
“Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”
Estimadas familias, a mitad de semana, un abrazo cordial y mis sinceros
deseos de que en este tiempo de gracia logremos crecer en nuestra vida y
compromiso cristianos.
Iniciamos el camino cuaresmal con el tradicional signo de la imposición
de la ceniza en nuestra frente, expresando con ello nuestro mayor anhelo: irnos
despojando de la vieja humanidad para asemejarnos cada vez más al Hijo Amado
del Padre. Renunciamos una vez más a la negatividad, al pecado y a la
injusticia en una ceremonia pública, proponiéndonos luchar contra todo aquello
que se opone al Reino de la Vida que nos anunció el Señor.
Tenemos en este día una excelente oportunidad para reunirnos como
familia en el templo y recibir, a manera de compromiso, el signo de la cruz. La
cruz, que es símbolo de resistencia, de amor extremo y de vida invencible será
el emblema que indicará qué cosas debemos cambiar y perdonar. La cruz nos
recuerda que ninguna causa humana está perdida, pues el Padre resucitó al Jesús
del sepulcro.
La ceniza evoca también al fuego que ha perdido su vigor y que guarda,
en lo más escondido, las brasas que pueden encender una nueva hoguera. Quizás
nuestras familias se han cansado de amar, de dar oportunidades; quizás el
fracaso, la prueba y la enfermedad han aminorado la llama de la unión y la
fortaleza; quizás la desesperanza y el vacío nos hacen decir que ya todo se
acabó… Pero Dios tiene la última palabra
sobre nuestra historia y Él puede hacernos renacer desde las cenizas y
encender la chispa que atice la lumbre del hogar que soñamos.
La ceniza nos enlaza también con nuestro origen: somos hijos e hijas de
la Tierra: “Memento homo, quia pulvis es,
et in pulverem revertis” (Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te
convertirás). La Palabra de Dios nos recuerda que las grandezas humanas se
acaban, pues somos parte del proceso biológico del planeta, en el que
constantemente se renueva la vida. Nuestra primordial vocación se remonta al
Génesis, en el cual Dios nos mandó a administrar
con sabiduría y equilibrio nuestra casa común. A la vez, este ser polvo nos
hace entrar en humildad, para que reconozcamos
en los demás a nuestros semejantes y les amemos y respetemos, dignificándoles con
nuestra fraternidad.
La lismosna, la oración y el ayuno de los que habla Jesús en el
Evangelio de hoy son prácticas que debemos realizar como medios de crecimiento
espiritual. Sin embargo, debemos alejarnos de aquella tendencia farisaica que
Jesús tanto rechazó. Nuestros deseos y prácticas de conversión los expresamos
en lo secreto, donde el Padre nos ve. Aprovechemos la oportunidad de cambio que
Dios nos da en su gran misericordia.
Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, su asesor, P. Freddy Ramírez Bolaños,
cmf.

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