28º Domingo Ordinario
San Lucas 17,11-19: “Levántate y vete, tu fe te ha
salvado”.
Queridas familias: que la paz de Dios inunde sus
hogares y les permita celebrar en unión el don de la fe. Que nuestra oración dominical
sea un sincero agradecimiento a Jesucristo, Señor de la Vida.
En el Evangelio que se proclama este día, San Lucas
nos presenta una escena desgarradora en la que a Jesús le salen al encuentro
diez leprosos suplicándole compasión, gritando desde lejos. La lepra en aquella
época significaba la muerte social y religiosa del individuo que la padecía, ya
que inmediatamente diagnosticada se le obligaba a salir del pueblo, a vivir en
lugares deshabitados, llevando una campanilla para alertar de su presencia
“contagiosa” que provocaba la impureza de quienes se les acercara. La lepra era
interpretada como un castigo divino que envolvía a las familias de los leprosos
en las tinieblas del desamparo y la marginación. Ser leproso equivalía a ser
víctima de una enfermedad sin cura, de la marginación y de la justicia del
cielo.
A la súplica desesperada de estos pobres hombres el
Maestro ofrece acogida y salud. Jesús supera las barreras que la sociedad
imponía con las leyes de pureza. Él es capaz
de acercarse, descubre la fe que les mueve a rogar por su sanación y les da una
palabra de libertad que les reincorpora a la comunidad; por eso les dice que se
presenten a los sacerdotes para que los declare oficialmente limpios de la
enfermedad. Estos son los sorprendentes gestos de compasión del Señor que
estamos llamados a reproducir en nuestra sociedad, dominada por la dinámica de
la exclusión.
Sólo uno de los leprosos, que era samaritano, fue
capaz de regresar a darle gracias a Jesús. Cuántas veces Dios nos bendice con
los “milagros cotidianos” de la vida, la familia, el alimento, el techo, el
trabajo… y no somos capaces de elevar una acción de gracias. Realmente es
incomprensible la tendencia de aquellas personas que se excusan de no ir a la
Eucaristía dominical para rendirle gracias a Dios por tantos beneficios
recibidos. Con esta actitud estamos cerrando la puerta a los grandes milagros
que esperamos con ansias en nuestra vida. La fe debe ser agradecida, humilde y
generosa. La fe, a su vez, debe movernos a ser solidarios con el dolor de
tantas personas que esperan la acción de Dios en su existencia: pobres,
enfermos, encarcelados, migrantes y excluidos que son la presencia de Cristo
que nos llama. No seamos sordos a su voz. Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, su asesor, P. Freddy Ramírez Bolaños,
cmf.

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