34º Domingo Ordinario
San Lucas 23, 35-43 “Jesús, acuérdate de mí cuando
entres en tu Reino”.
Estimados hermanos y hermanas, llegue hasta ustedes mi saludo cordial. Hoy,
solemnidad de Cristo Rey, finalizamos nuestro año litúrgico e inauguramos un tiempo
nuevo con el Adviento que abre sus puertas la próxima semana. Por ello, a
manera de culminación, la liturgia de la Iglesia nos propone meditar en el reinado
de Jesús, como aquella meta anhelada a la que está llamada la humanidad y la
creación entera.
El relato evangélico que se proclama este domingo nos remite a uno de
los episodios centrales del camino de Jesús que marcan de manera definitiva
nuestra fe cristiana: la crucifixión. Tanto es así que los primeros escritos
que surgieron del Nuevo Testamento fueron pasajes aislados que recogían los
acontecimientos de la pasión, crucifixión y muerte del Señor. Los escritos
posteriores, como los del nacimiento, la vida pública y la resurrección, se
articularon a partir de este eje y convergen hacia él. Y es que éste
crucificado, “escándalo para los judíos y locura para los griegos, es fuerza y
sabiduría de Dios para los que creen”; pues, como dice San Pablo: “las locuras
de Dios tienen más sabiduría que las de los hombres, y la debilidad de Dios es
más fuerte que la debilidad de los hombres” (1º Cor 1, 24-25). En este
acontecimiento doloroso, desconcertante y de aparente fracaso Dios hace brillar
la luz de su misericordia en la humanidad.
En el texto aparecen, por tres veces, burlas hacia Jesús. Se burlan los
jefes del Sanedrín, los soldados e incluso uno de los ladrones que fue
crucificado cerca de Él. Le desafían en su papel de Mesías, Elegido y Rey, y lo
retan a salvarse a sí mismo de esa hora amarga. Jesús guarda silencio. En su
vida pública testimonió con profusas palabras y acciones en qué consistía su
elección, mesianismo y reinado: cercanía de Dios, solidaridad, misericordia
desbordada y fraternidad sin límites hacia los pobres y sufridos de Israel. Jesús
nunca pensó en “salvarse a sí mismo”, sino en “salir en busca de la oveja
perdida”, para sanarla y cargarla sobre sus hombros. Jesús no buscó el poder de
un rey terrenal, sino servir desde el amor a aquellos que sufrían. Tal era su
misión y fue fiel hasta el último suspiro.
Ante la petición del ladrón, “acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”,
Jesús le promete que hoy mismo estará con él en el paraíso. El paraíso nos
recuerda al jardín del Edén, el proyecto original de Dios donde reinaba la
armonía. A este hombre, desecho de la sociedad, que se arrepiente a última hora,
se le otorgó sin mérito alguno el premio de la felicidad eterna; como el hijo
pródigo, “estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado” (cf. Lc. 15, 32). Todos estamos llamados a volver al proyecto
original de Dios, a la inocencia original, a la fraternidad y armonía
universal. Como familias cristianas debemos comprometernos a hacer posible este
sueño por el que Jesús entregó su vida. La salvación es “hoy”: permitamos que
el reinado de Jesús se haga posible en nuestro mundo. Este es el tiempo
oportuno.
Cordialmente, su asesor, P. Freddy Ramírez Bolaños,
cmf.

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