32º Domingo Ordinario
San Lucas 20, 27-38: “Él no es Dios de muertos, sino
de vivos, y todos viven por Él”.
Hermanos y hermanas, reciban en este nuevo domingo mi saludo cordial,
deseándoles paz y bienestar en el seno de sus hogares. Que el Dios les anime
cada día a ser valientes defensores de la vida.
En el Evangelio de Lucas que hoy se proclama, un grupo de saduceos se
acerca a Jesús para cuestionarle, a través de un caso ficticio, acerca de la
veracidad de la resurrección de los muertos. Este grupo, en efecto, pertenecía
a la clase alta de la sociedad judía y era colaboracionista del imperio romano.
Los saduceos sólo aceptaban los primeros cinco libros de la Biblia y rechazaban
los demás escritos sagrados, entre ellos los profetas. Según su mentalidad, la
riqueza y la prosperidad de la que gozaban eran la señal incuestionable de la
bendición divina y, por tanto, no cabía esperar nada en otra vida distinta de
la terrena. Por eso plantean un argumento complicado a partir de la ley de
Moisés que ordenaba que en caso de quedar viuda una mujer, el hermano del
difunto debía tomarla por esposa y darle descendencia. Según la historia, una
mujer llegó a casarse con siete hermanos que murieron sucesivamente, sin
dejarle descendencia. La pregunta final de los saduceos es: “Si hay
resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa esta mujer, puesto que los siete la
tuvieron” (v.33).
La respuesta de Jesús es doble. Por un lado, describe cómo serán las
relaciones humanas en el más allá y, por otro, se remite al éxodo, que es la
experiencia fundante de la fe de Israel. En la primera vía, Jesús afirma que a
partir de la resurrección las relaciones humanas serán transformadas; no será
como en el caso de la historia de la mujer, que da la impresión de ser posesión
de un grupo de siete varones; la vida nueva de la resurrección reconfigurará
las relaciones en el valor absoluto de la fraternidad y la filiación divina.
Todos seremos hermanos e hijos de Dios. En la segunda vía, Jesús sostiene que
los que han sido fieles a la Alianza participan, aunque hayan pasado por la
muerte terrena, de la vida plena en Dios. “Él no es Dios de muertos, sino de
vivos, y todos viven por Él” (v. 38).
Quienes creen que en esta vida está la plenitud por la riqueza y la
abundancia que poseen marcan con el signo de la muerte a multitud personas que
pasan hambre, violencia y exclusión. Jesús nos invita hoy a ver con ojos nuevos
y esperanzados el mundo futuro, comprometiéndonos con el presente defendiendo
la vida, para ir preparando el banquete fraterno de la eternidad. Este es el
tiempo oportuno.
Cordialmente, su asesor, P. Freddy Ramírez Bolaños,
cmf.

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