Solemnidad de la Ascensión del Señor
San Marcos 16,15-20: “Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación”.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor, que la fuerza del Resucitado
les anime cada día a dar testimonio de las obras que el amor eterno ha
realizado en sus vidas.
Hoy celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Como Iglesia
hacemos memoria de la partida de Jesús hacia la casa del Padre y, a la vez,
iniciamos un tiempo de profunda oración para pedir, como los primeros
cristianos, el don del Espíritu Santo prometido por el Señor.
La vida entregada y sacrificada de Jesús correspondió al plan amoroso de
Dios Padre sobre la humanidad, y su misión en esta tierra fue la mayor manifestación
de la misericordia del Dios que libera y dignifica, perdona y salva. Con la
partida del Maestro, los discípulos nos convertimos en continuadores de su obra
en el ejercicio de arrancar las raíces del mal y en el anuncio de la buena
noticia del Reino. La comunidad de los discípulos quedó constituida en la
ascensión como la comunidad profética que hereda el Espíritu de Jesús para proseguir
su misión.
La fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, revestirá de autoridad a los
discípulos de todos los tiempos para ser sus mensajeros. Por el sacramento del
Bautismo, el Espíritu Santo nos habita interiormente y nos mueve a ser memoria
viviente en nuestro mundo de las palabras y las acciones de Jesús. Es el
Espíritu el que transformará con su fuego las situaciones de dolor, pecado y
extravío en vida nueva: “Arrojarán a los
demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes
con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán
las manos sobre los enfermos y los curarán” (Mc 16, 17).
Pidamos al Señor que avive en nosotros la pasión de continuar su obra.
Quizás el desánimo o la prueba nos han hecho renunciar a la misión. ¡Cuántos se
han alejado de la Iglesia por capricho personal o por el mal testimonio de los
hermanos! Hoy la Palabra enciende la señal de alerta para los seguidores del
Señor: tenemos un compromiso con Él, con la vida, con las familias, somos
mensajeros de la reconciliación y antorchas del Espíritu en la sociedad. La
alegría de anunciar y testimoniar el Reino no puede sustituirse por nada. Ojalá
al final de nuestra vida presentemos al Señor Jesús no nuestras manos limpias y
puras, sino un manojo de nombres e historias redimidas con nuestro humilde servicio.
Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.

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