6º Domingo de Pascua
San Juan 15,9-17: “Ámense los unos a los otros, como
yo los he amado”.
Hermanos y
hermanas, que la gracia y la paz del Resucitado acompañen siempre a sus familias.
En el Evangelio
que se proclama este día el amor es el tema medular que impregna cada versículo.
Jesús reunido con sus discípulos, en el contexto de la Última Cena, pronuncia
su testamento vital, recordándoles la profundidad del amor que siente por
ellos: “Como el Padre me ama, así los amo
yo” (Jn 15,9). Se trata de un amor que sobrepasa al simple sentimiento humano,
pues brota de la misma esencia de Dios. El Señor nos invita a todos a “permanecer”
en ese amor desbordante, generoso y oblativo cumpliendo sus mandamientos.
La vivencia del
amor nos lleva a la verdadera alegría. No se trata de la falsa alegría de la etiqueta, o de la fiesta de disfraces que
oculta lo que se lleva por dentro. Es, más bien, la alegría del corazón abierto
y transformado por la cercanía de Dios. Es el gozo de saber que nuestro pecado
y fragilidad humana no es superior a la misericordia divina.
El amor divino se
irradia. El amor de Dios se comparte y se convierte en misión. Nos hace salir
de nuestra burbuja existencial para servir al prójimo, venciendo la frialdad
mezquina de nuestro ego. El amor desata las cadenas de la soberbia y del
orgullo, nos quita las vendas que envuelven nuestros ojos en la vanidad… el amor
nos revela que somos hermanos y hermanas. El amor nos envía a sanar el
sufrimiento del prójimo con el bálsamo de la compasión.
Quien se dice
seguidor de Jesús no puede más que amar, haciéndose siervo del Siervo que ha
puesto su mirada en nosotros y nos ha llamado por nuestro propio nombre, sin
fijarse en nuestra miseria. Siendo sus siervos y amigos entramos en el
conocimiento aquella verdad que puede resucitar a nuestro mundo sometido al reino
del odio y la maldad.
Queridas familias,
ejercitémonos en la práctica del amor. Aprendamos a dar antes que pedir,
perdonemos antes de vengarnos, dialoguemos antes de usar la violencia,
preguntemos antes de hacer juicios temerarios, no hagamos a nadie lo que no
deseamos para nosotros mismos, y busquemos la santidad en todos los actos de nuestra
vida para que seamos testimonio del Reino para los que nos rodean. Permitamos al
Señor que toque nuestro corazón y nos llene de su amor entrañable para servir a
los demás.
Este es el tiempo
oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.

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